Figuras de LA PUERTA PINTADA


Aquí están las figuras que aparecen en la novela


[Es recomendable verlas a medida que van apareciendo en el texto, con las llamadas a pie de página]

  Fig. 1                                      Fig. 2                                               Fig. 3
                     Fig. 4                                     Fig. 5                                            Fig. 6
               Fig. 7                               Fig. 8                                                      Fig. 9
            Fig. 10                                                 Fig. 11                                                 Fig. 12
            Fig. 13                                        Fig. 14                                            Fig. 15
            Fig. 16                                        Fig. 17                                          Fig. 18
                                      Fig. 19                                 Fig. 20                                   Fig. 21

El primer ejemplar


El día que llega a casa el primer ejemplar es un momento especial. 

Aquí está la criatura con sus hermanos mayores, los trillizos.




Una de las primeras opiniones...


QUE LOCURA DE LIBROS dice:

A poco más de 100 páginas para terminarlo puedo decir sin lugar a ninguna duda: @CarlosAurensanz @Ediciones_B NOVELÓN  NOVELON


He tenido un gran problema este fin de semana con LA PUERTA PINTADA: No he podido dejar DE LEERLO

AGRADECIMIENTOS



De bien nacidos es...





Quizá el germen de esta novela surgió cuando tuve noticia de una familia de campaneros que, entre 1925 y 1940, habían vivido encaramados en los tejados de la catedral de Tudela, bajo las campanas que volteaban cada día. “Vivir en la catedral" , el artículo que me reveló su existencia, fue publicado el 2 de enero de 2013 por Fermín Pérez Nievas en el Diario de Noticias de Navarra. (Enlace al artículo).

Las connotaciones literarias de esta historia, que de manera inevitable nos recuerdan a Víctor Hugo y a Quasimodo, el inolvidable protagonista de Nuestra Señora de París; mis frecuentes visitas a la catedral de Tudela llevado por mi afición a la fotografía y por el asombro que despierta en mí nuestro rico patrimonio histórico; la repetida contemplación de la magnífica Puerta del Juicio, con su representación en piedra de los castigos del infierno, única en el arte medieval europeo; el interés que desde siempre he sentido por esa dramática etapa de nuestra Historia que es la Segunda República y la Guerra Civil… de toda esta amalgama surgió en mayo de 2013 el esbozo de esta novela.


                




De inmediato comencé la complicada búsqueda de bibliografía sobre la interpretación detallada de cada una de las escenas de la Puerta del Juicio, tomé fotografías de todas ellas y, por supuesto, traté de visitar la antigua vivienda de los campaneros. En este punto tengo que citar al deán de la catedral, D. Bibiano Esparza, que autorizó la visita, y a Ana Carmen Martínez Ballarín, fiel lectora y buena amiga, quien me acompañó para mostrarme los entresijos de una catedral que conoce bien.

La visita a la cárcel que se describe en la novela, ubicada en el viejo convento de San Francisco, actualmente cerrado y en estado de abandono, fue posible gracias al permiso y la colaboración de la concejala de Cultura del Ayuntamiento de la ciudad, Merche San Pedro.




La sorpresa llegó cuando, ya iniciada la novela, tuve noticia de la publicación de un libro monográfico sobre la Puerta del Juicio, editado por Diario de Navarra. Diego Carasusán (texto) y Blanca Aldanondo (fotografía) llevaban tres años trabajando en un proyecto que llegó justo a tiempo para facilitar mi trabajo de documentación. El resultado era asombroso, pues los autores, además de proporcionar una rigurosa interpretación de cada una de las dovelas, recuperaban con el uso de la tecnología su posible policromía original. Quien tenga el libro en sus manos (algo que recomiendo con entusiasmo) comprenderá mejor el título de la novela, la Puerta Pintada.





En cuanto a la documentación, tengo que citar a Luis Mª Marín Royo, historiador y autor de uno de los pocos trabajos sobre los antecedentes y el desarrollo de la Guerra Civil en la ciudad, y a José Miguel Jiménez Arcos, quien me proporcionó el ejemplar de esta obra que, como buen bibliófilo, tenía en su poder.

Varias personas accedieron a leer el original para trasladarme sus impresiones. Tengo que citar en primer lugar, como no podía ser de otra forma, a mi esposa, a quien agradezco sus acertadas indicaciones; a Diego Carasusán, Blanca Aldanondo, y Edurne Jiménez, los tres periodistas de Diario de Navarra quienes, como buenos profesionales, la leyeron con lápiz y papel para no dejar detalle en el tintero; a Jesús Mª Ramirez, quien desde el primer momento mostró gran interés por este trabajo, y cuyos comentarios me han sido de gran ayuda; y dejo para el final a mis buenos amigos Paco Monzón y Rosa Blasco, sobre todo por sus autorizados apuntes en los aspectos forenses.

A mi agente literaria, Antonia Kerrigan, agradezco la confianza depositada en mi trabajo. Una confianza demostrada también por mi editora en Ediciones B, Verónica Fajardo quien, en un tiempo tan duro como éste para el sector, ha seguido apostando con decisión por mis novelas.

He de volver a citar a mi esposa, y también a mis tres hijos, que sufren mis prolongadas ausencias cuando un proyecto como La Puerta Pintada me atrapa y me retiene durante meses sentado frente al ordenador, en el rincón más apartado de la casa. 


Y no puedo cerrar el capítulo de agradecimientos sin referirme a los miles de lectores de la trilogía Banū Qasī, en especial a aquellos que, con su opinión y su empuje a través de las redes sociales, han hecho que las puertas del mundo editorial sigan abiertas para que esta novela vea la luz.

NOTA DEL AUTOR


UNA DECLARACIÓN PREVIA



Puente Real es el nombre imaginario del lugar donde se desarrolla la trama de esta novela, aunque cualquier lector que haya estado en ella reconocerá sin problema las calles y los rincones de la ciudad de Tudela, en Navarra.
He querido hacerlo así para resaltar la necesidad de desubicar los acontecimientos que se describen de un lugar concreto. Ocurrieron en Tudela en aquel año fatídico de 1936, pero bien pudieron tener lugar en cualquier otra ciudad de nuestra geografía, castigada en todos sus rincones por una guerra fratricida que jamás debió tener lugar. Aquí, los protagonistas del horror fueron los que se describen en la novela. En zona republicana hubieran sido otros distintos. He puesto esta reflexión también en boca de alguno de los protagonistas, precisamente porque es algo que me interesa resaltar: este trabajo de ficción literaria no pretende ser un ejercicio de revanchismo escorado, porque soy consciente de que crímenes atroces se cometieron en los dos bandos confrontados durante aquellos tres largos años en que nuestro país se desangró. No quiere esto decir que haya pretendido mantener una imposible equidistancia, porque una de las facciones contendientes contaba con la legitimidad que proporcionaba la defensa de la legalidad democrática basada en la Constitución de 1931, mientras que la otra se alzó contra ella por la fuerza de las armas.

Puerta del Juicio. Catedral de Tudela

Dicho esto, en Tudela, la ciudad que bajo otro nombre se describe en la novela, sucedió lo que sucedió, y los protagonistas fueron los que aparecen en los libros de historia, para bien o para mal. El proceso de documentación ha sido en ocasiones un doloroso ejercicio de memoria, durante el cual he tenido ocasión de recordar con detalle aspectos de nuestra guerra que ya conocía, y también de conocer episodios que ignoraba, todos ellos de una dureza tal que ahora, casi ochenta años después, nos cuesta creer que pudieran tener lugar. La lectura, por ejemplo, de “Navarra 1936, de la esperanza al terror” (Altaffaylla, 2003) no puede dejar indiferente a nadie. Estremecido por los testimonios de muchos protagonistas que relatan en sus páginas el horror vivido en aquellos años, no podía obviar en la novela el sacrificio de aquellos que, o bien perdieron la vida, o bien la vieron truncada para siempre. Y todo ello por el simple hecho de pensar distinto que quienes ostentaban el poder.


Visita del General Millán Astray a la ciudad. Agosto 1936.


La guerra y la posguerra eran, en principio, tan solo el telón de fondo para una trama que se imbrica en aquella sociedad convulsa pero, a medida que avanzaba en el desarrollo de la historia, me resultaba más necesario dejar constancia en el texto de algunos de aquellos episodios conmovedores, aunque solo fuera a modo de pequeño homenaje a sus protagonistas anónimos.
Casi todos los nombres que aparecen en la novela son ficticios para evitar alusiones personales, con excepción de unos pocos, como el concejal Aquiles Cuadra, el comandante Rodríguez Medel de la Guardia Civil y un puñado de políticos electos y trabajadores municipales que se mantuvieron fieles a la legalidad que habían jurado defender.
El pueblo viejo de Belchite, en la provincia de Zaragoza, es también el escenario de uno de los capítulos finales, y sus ruinas se alzan aún en pie como testimonio de aquel horror. Me daría por satisfecho si, a la hora de remover el ánimo de los lectores, esta novela tuviera la fuerza de uno de solo de aquellos ladrillos.

Ruinas del pueblo viejo de Belchite