UNA DECLARACIÓN PREVIA
Puente Real es el nombre imaginario del lugar donde se desarrolla la
trama de esta novela, aunque cualquier lector que haya estado en ella
reconocerá sin problema las calles y los rincones de la ciudad de Tudela, en
Navarra.
He querido hacerlo así para resaltar la necesidad de desubicar los
acontecimientos que se describen de un lugar concreto. Ocurrieron en Tudela en
aquel año fatídico de 1936, pero bien pudieron tener lugar en cualquier otra
ciudad de nuestra geografía, castigada en todos sus rincones por una guerra
fratricida que jamás debió tener lugar. Aquí, los protagonistas del horror
fueron los que se describen en la novela. En zona republicana hubieran sido
otros distintos. He puesto esta reflexión también en boca de alguno de los protagonistas, precisamente porque es algo que me interesa resaltar: este
trabajo de ficción literaria no pretende ser un ejercicio de revanchismo
escorado, porque soy consciente de que crímenes atroces se cometieron en los
dos bandos confrontados durante aquellos tres largos años en que nuestro país
se desangró. No quiere esto decir que haya pretendido mantener una imposible
equidistancia, porque una de las facciones contendientes contaba con la
legitimidad que proporcionaba la defensa de la legalidad democrática basada en
la Constitución de 1931, mientras que la otra se alzó contra ella por la fuerza
de las armas.
Puerta del Juicio. Catedral de Tudela |
Dicho esto, en Tudela, la ciudad que bajo otro nombre se describe en la
novela, sucedió lo que sucedió, y los protagonistas fueron los que aparecen en
los libros de historia, para bien o para mal. El proceso de documentación ha
sido en ocasiones un doloroso ejercicio de memoria, durante el cual he tenido
ocasión de recordar con detalle aspectos de nuestra guerra que ya conocía, y también
de conocer episodios que ignoraba, todos ellos de una dureza tal que ahora,
casi ochenta años después, nos cuesta creer que pudieran tener lugar. La
lectura, por ejemplo, de “Navarra 1936,
de la esperanza al terror” (Altaffaylla, 2003) no puede dejar indiferente a
nadie. Estremecido por los testimonios de muchos protagonistas que relatan en
sus páginas el horror vivido en aquellos años, no podía obviar en la novela el
sacrificio de aquellos que, o bien perdieron la vida, o bien la vieron truncada
para siempre. Y todo ello por el simple hecho de pensar distinto que quienes
ostentaban el poder.
Visita del General Millán Astray a la ciudad. Agosto 1936. |
La guerra y la posguerra eran, en principio, tan solo el telón de fondo
para una trama que se imbrica en aquella sociedad convulsa pero, a medida que
avanzaba en el desarrollo de la historia, me resultaba más necesario dejar
constancia en el texto de algunos de aquellos episodios conmovedores, aunque
solo fuera a modo de pequeño homenaje a sus protagonistas anónimos.
Casi todos los nombres que aparecen en la novela son ficticios para
evitar alusiones personales, con excepción de unos pocos, como el concejal Aquiles
Cuadra, el comandante Rodríguez Medel de la Guardia Civil y un puñado de
políticos electos y trabajadores municipales que se mantuvieron fieles a la
legalidad que habían jurado defender.
El pueblo viejo de Belchite, en la provincia de Zaragoza, es también el
escenario de uno de los capítulos finales, y sus ruinas se alzan aún en pie como
testimonio de aquel horror. Me daría por satisfecho si, a la hora de remover el
ánimo de los lectores, esta novela tuviera la fuerza de uno de solo de aquellos
ladrillos.
Ruinas del pueblo viejo de Belchite |